
Seguramente a nosotros también nos ha sucedido que conocemos a algún profesor que logra enemistarse con sus alumnos discutiendo o incluso impidiéndoles hablar. Una actitud que deja mucho que desear y que algunos definirían como rebajarse al nivel del estudiante. También hay otro tipo de profesores: los que llegan a clase y leen el programa del libro sin ninguna explicación o los que siempre parecen tener prisa y siguen diciendo: No tenemos tiempo suficiente para cubrir todos los temas.
La dinámica es la misma. Un profesor que puede llevarse mejor o peor con los alumnos pero cuyo único deber es respetar el programa docente centrarse en las notas que obtienen los alumnos (y si son de 8 en adelante, mucho mejor) y poner demasiadas tareas para aumentar el conocimiento y aprendizaje de los alumnos. ¿Pero no falta algo en todo esto?
Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y aprendo.
-Anónimo-
Profesor, el programa no es lo más importante.
La ansiedad por respetar el programa, alcanzar los objetivos o llegar al final del libro acaba por destruir el creatividad de jóvenes quienes, lejos de aprender, intentan interiorizar lo mejor que pueden la gran cantidad de información proporcionada. El problema es que el año siguiente no recordarán nada o casi nada de lo que se quejan los profesores.
Sin embargo, pocos profesores tienen el coraje de comprobar si su forma de proceder es la correcta. La importancia dada a votos la falta de empatía dirigida al alumno, en particular al adolescente, y la fuerte influencia del profesor sobre sus alumnos son cuestiones que nadie parece querer abordar.

Tras entrar en las aulas parece que algunos docentes se olvidan de la parte humana de todo el proceso educativo. Especialmente con estudiantes adolescentes. No es sorprendente que cuando un acto de intimidación o violencia, que los profesores se metan las manos en el pelo y exclamen sorprendidos: ¡No nos dimos cuenta!. Es natural, especialmente cuando los estudiantes les son indiferentes.
Sin embargo, aunque hay un cierto número de profesores que son incapaces de inspirar y transmitir a los alumnos la pasión que deben sentir por su trabajo, también hay muchos otros que consiguen hacerlo. Aquí está el testimonio de un feliz alumno de su maestro:
El mejor profesor de mi vida fue Manuel Bello. Fue mi profesor de literatura en quinto grado […]. Él fue quien fomentó en mí el gusto y la pasión por la lectura. En el ambiente bastante asfixiante y poco pedagógico de la escuela de aquella época en el que abundaban los admiradores de los profesores que no eran profesores [...] este profesor logró [...] motivarme a leer de forma natural.
Un alumno puede adorar las matemáticas y acabar odiándolas o amándolas dependiendo del profesor que tenga. Es posible que otro nunca llegue a ser un escritor experto que le apasione porque se enfrenta a un profesor que critica negativamente sus escritos. Influencia de los profesores autoestima de sus alumnos.
Un docente puede generar cambios en sus alumnos
Así como la elección de refuerzo positivo o negativo afecta el comportamiento de los niños en casa, lo mismo ocurre en el aula. Si un profesor no cree en sus alumnos, eso es lo que les transmite. Si no puede motivarlos, está claro que la situación no mejorará por sí sola. Entonces quejarse es inútil. Porque el educador tiene un poder que no quiere utilizar o no conoce.

Todo esto se puede afirmar basándose en la experiencia personal de quien escribe este artículo. No sólo fue alumna (algo que muchos profesores olvidan) sino también pasante como profesora de secundaria. Con sus propios ojos vio al tutor de prácticas sentir enemistad y con sus propios oídos escuchó las siguientes palabras sobre un estudiante: No hay nada que hacer con ese tipo, no abras un libro.
Ese tutor solo vio adolescentes rebeldes frente a él. algunos mejores que otros pero la gran mayoría como descuidados y niños. Esa visión no coincidió con la de su interno quien, sin conocerlos aún observó como muchos de ellos se sentían inseguros, desmotivados y sin autoestima y pudo adivinar quién de ellos tenía problemas familiares sin tener que preguntar.
Curiosamente, cuando durante dos meses tomó las riendas de la clase, aquel alumno que no abrió un libro sí lo hizo. No fue ignorado en ningún momento y mucho menos tratado con desdén. Ni siquiera le ordenaron hacer actividades que no quería hacer y algo simplemente cambió.
La forma de conducir la clase, la pasión transmitida que hacía que los alumnos quisieran incluso salir a hablar en público, llevó a aquel alumno a observar cómo sus compañeros trabajaban con gusto. Entonces él también abrió el libro y el cuaderno por iniciativa propia y realizó el ejercicio requerido: escribir un escrito.
El tutor jadeó. Le dijo a su pasante que había logrado lo imposible. Sin embargo, sólo pensó en aquel estudiante y en su ensayo a través del cual pudo constatar lo que ya imaginaba con casi absoluta certeza: vivía en un familia disfuncional . Lamentablemente no pudo continuar porque las prácticas habían llegado a su fin. Sin embargo, la experiencia le resultó útil. darse cuenta de la importancia del docente en generar un cambio de actitud en el estudiante.
Dice el mediocre profesor. El buen profesor explica. El profesor superior lo demuestra. El gran profesor inspira.
-William A. Ward-
El comentario del tutor fue que permitir que los alumnos acudieran a la pizarra para presentar algunos ejercicios en grupo era positivo pero que a la larga les quitaba mucho tiempo al programa. Sin embargo, surge una pregunta: ¿qué es más importante? ¿El alumno debe aprender divirtiéndose, expresándose frente a sus compañeros y realizando una actividad educativa o debe reprimir todo esto sólo para darle más tiempo a un programa del que sólo interiorizará una pequeña parte?

Es necesario un cambio en el aula. Aunque hay escuelas que practican la método montessori u otros como el colegio Sadako de Barcelona donde no hay pupitres individuales, se fomenta el aprendizaje colaborativo y la educación emocional, social y filosófica, la mayoría de colegios siguen basándose en el modelo tradicional. Un modelo que no funciona para todos. El programa, aunque importante, no lo es todo.