
Hay quienes ondean la bandera del bien y se enorgullecen de lucir la medalla del altruismo pero cuando presencian escenas de maldad cotidiana no reaccionan y entonces comprendemos que sus palabras se han desvanecido en el aire y se han convertido en polvo y aire. Se da vuelta y se muestra pasivo, cierra la boca y guarda silencio ante las injusticias y humillaciones que afectan a los demás.
Uno de los ejemplos clásicos del mal es el de un genocidio que extermina a poblaciones enteras. Pensemos en las personas que quitan la vida a otros con violencia . Imaginemos a un torturador o a un terrorista que masacra vidas en nombre de un Dios. Pero hay una cosa que hay que tener en cuenta: Los actos de maldad ocurren todo el tiempo, incluso en los entornos más cercanos a nosotros. en los más íntimos a los que tenemos acceso directo con todos nuestros sentidos.
El mundo no está amenazado por la gente mala sino por todos aquellos que permiten la maldad.
(Alberto Einstein)
La mayoría de nosotros no tenemos la posibilidad de convertirnos en salvadores en los contextos bélicos que vemos cada día en la televisión o en las redes sociales pero a veces basta con levantar la vista de la pantalla para presenciar acontecimientos que dañan gravemente nuestro sentido de humanidad y de los que muchas veces somos cómplices silenciosos. Sí somos cómplices porque vemos y nos quedamos en silencio, nos damos la vuelta, nos tragamos el trago amargo y nos centramos en otra cosa.
Estamos hablando por ejemplo de intimidación
El malicia tiene muchas caras, muchas formas e infinitos canales a través de los cuales extiende su poder y sus malas artes. Sin embargo sobrevive por un para obstaculizar su práctica.

El origen de la maldad y su tolerancia
Arthur Conan Doyle utilizó un término realmente curioso cuando Sherlock Holmes tuvo que enfrentarse al profesor James Moriarty: lo describió como si padeciera demencia moral. Esta expresión contiene sin querer una idea que representa el pensamiento de muchos de nosotros: sólo una persona enferma o alguien que padece algún trastorno psicológico puede cometer un acto de verdadera maldad.
Al utilizar la etiqueta patología nos tranquilizamos y damos sentido a aquellos gestos que carecen de lógica y explicación. Sin embargo, por desalentador que parezca, detrás de la mayoría de estas reacciones adversas dañinas y destructivas no siempre hay un trastorno antisocial de la personalidad, no siempre hay una enfermedad.
A veces el mal acto puede ser perpetrado por una persona normal cercana a nosotros y conocida por nosotros que pone en práctica gestos y comportamientos aprendidos que son el resultado de una educación disfuncional o deficiente. Otras veces los protagonistas son personas con
El propio Albert Ellis explicó que la maldad como esencia o como componente genético no existe o al menos no es tan común. En efecto Todos somos capaces de ser cómplices del mal en determinados momentos y bajo determinadas condiciones.

¿Por qué permanecemos inmóviles ante la injusticia?
Volvamos al título de este artículo: una de las razones por las que triunfa el mal es que teóricamente la gente buena no hace nada. ¿Pero por qué no actuamos? ¿Qué puede explicar esta inmovilidad, estos ojos cerrados y esta mirada que busca otro punto donde descansar? Veamos algunos juntos
-La primera es clara y sencilla: Nos decimos a nosotros mismos que lo que estamos viendo no tiene nada que ver con nosotros. No somos responsables de ello. Nosotros no lo provocamos y la persona que sufre no está vinculada a nosotros. La ausencia de implicación emocional es sin duda una de las primeras causas de inmovilidad .
-El segundo aspecto está vinculado a la necesidad de mantener la armonía o funcionalidad de un contexto. Por ejemplo: el adolescente que presencia el daño infligido por un matón a un compañero de clase puede optar por guardar silencio antes que denunciar los hechos. Esta pasividad puede deberse al miedo a romper el equilibrio existente o al miedo a poner en peligro la posición social que se disfruta en ese contexto. Si defiende a la víctima corre el riesgo de sufrir las consecuencias de perder su estatus y convertirse en blanco de posibles ataques.
Sabemos que no es fácil, especialmente cuando otros (los malos) tienen todo que ganar y nosotros tenemos todo que perder. Pero hay que intentar intervenir lo máximo posible, buscar nuevos mecanismos, gestos y canales con los que defender al individuo que necesita ayuda ayuda . Como dijo el filósofo Edmund Burke, la justicia existe sólo porque la gente hace el esfuerzo de enfrentarse a la injusticia.
La necesidad de abrir los ojos al mal cotidiano
Ya lo hemos dicho antes: la maldad tiene muchas formas. Es críptica, a veces se disfraza y habla diferentes idiomas: el de desprecio la del vacío, la de la agresión verbal, la de la discriminación, la del rechazo a la injusticia, etc.
La tolerancia es un delito cuando lo que se tolera es malo.
(Thomas Mann)
No estamos diciendo ponerse un manto y buscar situaciones donde haya gente que sufre . Hablamos de hacer algo mucho más sencillo, más básico y más útil: abrir los ojos y ser sensibles a lo que sucede frente a nosotros cada día en los espacios más cercanos a nosotros. Todos tenemos la responsabilidad de evitar que la injusticia se extienda y para ello nada mejor que empezar por lo que tenemos más cerca.

La integridad moral es un acto de responsabilidad diaria. Decide dar ese paso y denunciar la ofensa, el maltrato, la agresión, la injusticia. Hacer que el bien tenga un significado real, permitir que la nobleza del alma tenga voz y sea útil.
Imagen principal cortesía de Benjamin Lacombe.