
Las trampas del ego limitan nuestra felicidad ; esto se debe a que la esencia de nuestro ser vive en un perpetuo estado de insatisfacción y por eso nos adormece con sus continuos pedidos, sus miedos y sus estratagemas; nos lleva a una adicción poco saludable que nos obliga a entrar en nuestra zona de confort donde nada malo puede pasar. Por lo tanto, debemos ser capaces de no caer en trampas del ego reeducarlo para que se convierta en ese extraordinario elemento psicológico que anima la libertad.
Cuando hablamos de esta dimensión psicológica muchas veces nos perdemos en sus definiciones. Sigmund Freud definió el ego como esa entidad obligada a lidiar casi a diario con impulsos y estándares sociales. Esta estructura también puede modelarse sobre la base de la razón y encontrar su propia estabilidad mediante el trabajo sobre uno mismo. Ahora bien, si en cambio nos centramos en planteamientos de la filosofía oriental o aquellos definidos por la dimensión espiritual (como la línea de pensamiento definida por el escritor y orador canadiense Echart Tolle) la cosa cambia ligeramente.
En este caso efectivamente el ego es una versión enfermiza de la autorrealización atraída por el imán que es el egoísmo. Ésta es precisamente la fuerza interior que debemos aprender a controlar, educar y redirigir.
Cualquiera de las dos líneas de pensamiento que consideremos, ya sea el enfoque freudiano o el esbozado por las filosofías orientales, hay un hilo conductor y es la necesidad de educar al ego para modificar sus instintos y romper esa armadura enfermiza que lo recubre para hacerlo más brillante, más útil y en sintonía con el nuestro crecimiento personal .
Por eso, conocer las trampas del ego es ciertamente el punto de partida para comprender las dinámicas que le conciernen. Veamos cuáles son.
Nuestro propio ego puede convertirse en un obstáculo para nuestro trabajo. Si empezamos a creer que somos geniales, esta misma creencia es la muerte de nuestra creatividad.
-Marina Abramovic-
Las trampas del ego

La clave del bienestar es aquello que promueve la autorrealización y un auténtico sentimiento de felicidad está en equilibrio. Según algunos, para lograrlo es necesario poner a dieta el ego.
Debemos hacer con el ego lo que hacemos con nuestra dieta. A menudo caemos en la trampa de dietas poco saludables donde las grasas saturadas acaban provocando inflamación e hinchazón. Lejos de sentirse lleno, el hambre nerviosa aumenta.
Lo mismo ocurre con el ego con la ansiedad que le provoca el elogio, el reconocimiento, la aprobación o el poder alimentar una falsa autoestima que siempre está hambrienta. Ella es la que acaba desinflándose ante la menor amenaza. Necesitamos desarrollar músculos, necesitamos entrenar nuestros valores psicológicos a través de humildad determinación y flexibilidad psicológica.ÈPor tanto, es fundamental identificar las trampas del ego que son tan recurrentes en muchos de nosotros.
1.Quiero tener siempre la razón
Algunas personas son así y no les importa si se les presenta la verdad sin adornos. En cualquier circunstancia, momento o condición dicen tener siempre la razón. Por ello y para inclinar siempre la balanza a su favor, no dudan en adoptar las más variadas (y nocivas) estrategias.
El ego en estas circunstancias y a pesar de los excesos no ayuda a nadie. Esta es una trampa que no todo el mundo sabe reconocer y limitar.
2. ¿Por qué los demás no actúan como me gustaría y espero?
En cierto modo todos hemos sentido este sentimiento: el de desesperación cuando vemos que las personas que respetamos no se comportan ni hacen lo que hubiéramos esperado. Afirmar que quienes forman parte de nuestro círculo afectivo actúen siempre exactamente como nos gustaría es una de las trampas del ego así como una fuente de sufrimiento.
Lo ideal en estos casos es evitar el autocondicionamiento poniendo límites al propio ser y dejando que los demás hagan lo mismo. Porque respetar e incluso dar un cierto valor al hecho de que los demás actúen según los propios principios y deseos es también un acto de respeto y crecimiento personal.

3. Sentirse perpetuamente incompleto
Si tuviera una casa más grande sería feliz. Si ganara un poco más podría comprar ese mueble nuevo de esa marca específica. Si tuviera un pareja amándome y tratándome como a una reina mi vida sería perfecta.
Pensándolo bien La carencia es una parte activa de nuestra sociedad. Nunca nos sentimos completos o satisfechos. Siempre nos falta algo, siempre subrayamos ese detalle que si lo tuviéramos nos daría una felicidad inmensa. Sin embargo, cuando logramos obtener aquello que nos faltaba, la satisfacción de haberlo obtenido pronto se derrumba y ponemos nuestras esperanzas en algo más, en otra dimensión, en otra persona.
4. La necesidad de recibir aprobación
Todos necesitamos sentirnos aceptados. Al fin y al cabo, nos movemos por escenarios sociales en los que la coexistencia siempre es más fluido y lleno de significado si nos aceptamos unos a otros. Así pues, como dijimos al principio, la clave está en el equilibrio. Sentirse aceptado está bien pero obsesionarse por contar siempre con la aprobación de los demás no es nada saludable y pone cadenas en las muñecas de nuestra libertad y realización personal.
A veces hay que poner a dieta al ego con su necesidad de recibir aprobación; necesita perder suficiente peso para poder tomar decisiones sin pedir permiso a nadie.
El egoísmo es la fuente de todas las desgracias.
-Thomas Carlyle-
5. Me siento inferior (o superior) a los demás
Las trampas del ego no se manifiestan sólo a través del abuso a través de este egoísmo de quien siempre quiere más que quien se cree superior a los demás o tiene más necesidades que los demás. Incluso los obstáculos que impiden el crecimiento personal forman parte de ese grupo de sentimientos que hacen referencia a escasez .
Sentirse inferior a los demás y percibir nuestros esfuerzos como inútiles cuando el resto del mundo es mejor que nosotros en casi todo también causa sufrimiento. Y eso es porque incluso existen. egos anoréxicos; nos enferman la mente, nos limitan y nos transforman en sombras desvaídas.
Por eso nunca está de más recordar que la integridad de una persona presupone un yo capaz de protegerse sin caer en la trampa del exceso. Hablamos de una autoestima centrada en uno mismo fuerte, que sabe valorarse a sí mismo pero que también es respetuoso con los demás.

Las trampas del ego son esas emboscadas en las que muchas veces perdemos parte de nuestra dignidad y autoestima. El ego es ese hombrecito que vive dentro de nosotros y que le gusta envenenarnos con peticiones inútiles con el ruido constante que genera el quiero esto, extraño esto, no soporto esto, odio esto otro.
Aprendamos a silenciar esa voz molesta y llegaremos paso a paso a reconocer sus estrategias para enderezar las dinámicas de nuestro ego y dirigirlas a nuestro favor. El ego nunca debería ser un obstáculo; debe ser un aliado humilde, sabio y enfocado que nos ayude a crecer cada día más.
 
             
             
             
             
             
             
             
             
						   
						   
						   
						   
						   
						   
						  